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domingo, 21 de agosto de 2011

2.500km en solitario - Relato II


Adrenalina, relajación y la soledad de paquete

Tras una noche genial de descanso, el primer amanecer… Me levanté, preparé un desayuno de reina, con derecho a café bombón, tostadas con mantequilla, mermelada y queso (de lujo, vamos!!!!), cogí los mapas y me marché a conocer la región.  Subí por la A-138 dirección Francia hasta Bielsa y me metí por el Valle del Pineta por una carreterita preciosa. Tras varias paradas para las fotos, dejé que Matilde descansara un poquitín, mientras me metía yo caminando, por el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido.
Valle del Pineta I

Valle del Pineta II

 Decidí ir por el camino que lleva a la cascada del río Cinca (Camino Marboré) pero no estaba segura que me apetecería caminar hasta la cascada y el derecho a la duda y a la indecisión es el mejor regalo que me ha dado la soledad… Qué maravilla no tener que seguir si es que no me apetece, que bueno es poder dudar, relajadamente sobre que hacer!!! Y  así seguí yo durante más o menos 1 hora, toda contenta con mi “regalito” hasta que vi un rincón precioso del río y eso me hizo decidir. Aquí me quedo y desde aquí admiro esta maravilla de cascada.
Hacía un calor casi tropical y decidí meterme, pero madre mía de mi vida, que fríiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiia estaba el agua, coño!!! Metí primero los pies y además de los huesos, me dolía el alma (será atrevida la brasileña, bañándose en nieve derretida???), en 5 minutos tenía el cuerpo dormido hasta la altura de la cintura y  el calor que hacía de este punto “pa arriba” me llenó de valor y me metí entera en el río. Ufff!! Como al principio, los primeros cinco minutos fueron torturantes pero luego me acostumbre a la temperatura, además, el paisaje y las vistas de la cascada quitaban importancia a todo lo demás. Relajación total. Para completar el estado de felicidad plena, antes de vestirme otra vez, encontré en la mochila un chocolate negro 70% y a la soledad no le gustan los chocolates, por favor, eso es PERFECTO!!! J

Volví al parking, y nos fuimos Matilde, yo (y la soledad de paquete) rumbo a Revilla,  para de ahí, hacer la excursión para conocer las Gargantas de Escuaín. Os cuento… ya he hecho muchas cosas consideradas “radicales” en mi vida, buceo, rapel, cascading, rafting, he sacado veneno de serpiente en la universidad, pero nada ha sido más radical que subir con Matilde hasta Revilla.  Os lo juro. Unas montañas indescriptibles, una “carretera” absurdamente estrecha y unas curvas de infarto. Íbamos subiendo, subiendo, subiendo, las montañas se hacían cada vez más grandes y nosotras cada vez más pequeñas… uff!! 
Subiendo...
Paré para comer y tomar una coca en Dolmen (que no siempre aparece en los mapas) y seguí hasta el punto dónde empieza el sendero para el mirador de las Gargantas de Escuaín. Tardé 40 minutos para bajar y 1 hora y pico para volver. Estaba “marcado”, día de emociones. Unas bajadas jodidas que luego se convertirían en SUBIDAS jodidas, piedras sueltas, tramos estrechos, con caídas que lo mejor es no imaginarlas y ni una sola persona, el silencio se expresaba en sonidos de aguas montaña abajo  y hojas al viento… de pronto recordé la película “127 horas”, en este momento pensé volver. Y si me caigo? Y si me tuerzo el tobillo? Y si me pica una avispa? Y pensando en todos los  “y sis” posibles seguí hasta el punto final, dónde por fin, volví a relajarme.  Me tumbé en las rocas y miré el paisaje “al revés”, a lo mejor, buscando otra forma de ver el mundo, intentando percibir otra perspectiva de lo mismo…


 Hora de volver, por favor, mejor no recordar las subidas hasta donde estaba Matilde y luego, mejor no recordar las bajadas hasta la carretera principal. Lo único que os digo es que estas montañas imponen respeto… venga, hay confianza. Estas montañas ACOJONAN. Pero, vencer un reto, conquistar un objetivo, por pequeño que sea es siempre un gustazo para una sagitario. 
Curvas
Antes de llegar al camping, me paré en una poza super guapa y me metí una vez más en el agua, a estas alturas, el frío ya no me daba miedo y tras un chapuzón, tranquilamente, vi como se ponía el sol atrás de estas gigantes preciosas con las que compartí emociones y sensaciones todavía no vividas. 

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